lunes, 27 de diciembre de 2010

Tic

Tu rostro externaba toda tu frustración, pero hiciste lo posible por ocultarla riendo y platicando. Miraste a la gente pasar, en especial a la chica del vestido gris y quedaste intrigado por saber qué leía, aunque sabías que era irrelevante en el momento; quizá otro día te sientes en la misma orilla del parque a esperarla para preguntarle por su libro, sin importancia aun.

No te dabas cuenta de que los minutos transcurrieron rozando tu piel a cada momento, pero sí te inmutaste a cada roce con su piel, recordando aquellos versos del poeta cacereño.

¿Recuerdas el sabor de cada cigarrillo? No. Recuerdas el olor de la gasolina prendida, recuerdas tus pasos, recuerdas la voz, apiñonada, edulcorada.

Perdiste la sincronía que inconscientemente te había otorgado lo que la gente de mente débil llama destino, para ti una mera y agradable coincidencia. Miraste las longevas manecillas del reloj por un irónico momento, luego dejaste el tiempo correr como debiste prever, pero como no lo hiciste, fuiste más vulnerable. De nuevo, versos ajenos retumbaron en tu cabeza.

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